El contexto en que se produce el debate contemporáneo en torno a la propiedad intelectual está marcado por varios elementos: primero, una cultura mediática en la que los mecanismo intertextuales se configuran como elementos centrales de la creación, apoyados por unos medios tecnológicos que lo facilitan, del Photoshop al audio digital. Esta cultura mediática está inserta en un capitalismo que se ha ido desplazando desde la producción de bienes a la gestión de los derechos por estos generados. Vivimos en una encrucijada, de modo que tenemos la tecnología y el conocimiento para recombinar textos, sonidos e imágenes ad infinitum, lo que supone enormes posibilidades de creación, pero todos esos elementos que configuran nuestra cultura (las canciones de los Beatles, el logo de McDonalds, el pato Donald) no nos pertenecen, de modo que manipularlos nos puede situar al margen de la ley. El creador moderno es una especie de Doctor Frankenstein, encerrado en su laboratorio creando un prodigio tecnológico pero situado al margen de la legalidad y/o la moralidad.
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