26 de octubre de 2007

Los ególatras


En estos días se ve en Bilbao el juicio que enfrenta al ayuntamiento de la ciudad con el arquitecto Santiago Calatrava. El origen del litigio es una pasarela que Calatrava construyó hace unos años: a consecuencia de un desarrollo urbano posterior, se hizo necesaria enganchar a esa pasarela otra, diseñada por el japonés Arata Isozaki. De esta manera, se facilitaba el acceso a la ciudad de los vecinos de la nueva zona.


Calatrava se ampara en la Ley de Propiedad Intelectual para exigir el derribo de la otra pasarela o, en su defecto, la cantidad de tres millones de euros de indemnización. Pide además 25.000 euros por "daños morales", incluso si se derriba la nueva obra. Sus abogados argumentan que “la pasarela daña la obra. Rompe visualmente el equilibrio, la unidad y la simetría". El ayuntamiento se defiende señalando que son dos obras diferentes y que era necesario construir la nueva pasarela por el interés público y porque estaba estipulado en el Plan General de Ordenación Urbana.


Ya antes había habido conflictos entre las dos partes debido a que la pasarela de Calatrava lleva un piso de vidrio que ha provocado numerosas caídas. El alcalde ha llegado a llamarle “el puente de los morrazos”.


Uno, en su ignorancia, siempre había creído que el objetivo de las obras públicas es solucionar problemas a los ciudadanos. Es evidente que Calatrava, como muchos de sus compañeros de gremio, no lo ve así. Colocar un piso de vidrio en una ciudad húmeda como Bilbao no parece justificado por su utilidad y funcionalidad sino por su estética. Y evocar la Ley de Propiedad Intelectual frente a las necesidades de solucionar accesos a una zona parece un tanto exagerado. Suena un tanto indecente que, además de cobrar lo que habrá cobrado por la obra, Calatrava quiera además hacerse con el monopolia de la estética y el urbanismo de la zona.


Este conflicto es un buen reflejo de los excesos en dos campos de la cultura: un ordenamiento legal que privilegia los derechos de propiedad intelectual frente al bien común y un endiosamiento de ciertos arquitectos, que han sido calificados ya de “starquitects”. Más allá de la utilidad pública, más allá de las necesidades de las ciudades y sus habitantes, están sus egos inflados, tanto como llegar pedir, como en este caso, que se cause un problema objetivo a los ciudadanos con tal de que su obra luzca lustrosa.

1 comentario:

Jesus Dominguez dijo...

Me reitero en el comentario a la entrada posterior y te agrego a mi carpeta de blogs interesantes.

Un saludo.