La verdad incómoda es que tanto el gobierno como Al Gore han perdido una maravillosa ocasión para apostar radicalmente por el interés educativo frente a los beneficios de la industria cultural. Con esta operación sale perdiendo el derecho a la educación y la capacidad de Estado para formar ciudadanos responsables.
La última y farragosa modificación de
El gobierno actual, que se dice de izquierdas, ha desperdiciado la oportunidad de tensar la cuerda y optar por poner el interés educativo por encima del afán de lucro. Si lo importante es que los escolares se sensibilicen sobre los peligros del cambio climático, se trataba de lanzar un desafío y proyectar la película sin necesidad de comprar la cinta y de pedir permiso a la productora para proyectarla (que, al fin y al cabo, es por lo que se ha pagado, más que por los DVD en si mismos). Claro que esa renuncia ya quedó patente en la timorata reforma citada de
Ya puestos, Una verdad incómoda era una buena piedra de toque. Se supone que el flamante premio Nobel de la paz (compartido con el Panel de Expertos del Cambio Climático, que pocas veces mencionan los periodistas) es ahora un filántropo y un activista cuya preocupación central es frenar el deterioro de nuestro mundo. No quedaría bien que alguien tan entregado a los demás se enfrente con un gobierno democrático porque este ha apostado en firme por divulgar sus ideas sobre el cambio climático, a pesar de reducir la cuenta de beneficios de Gore. Sin embargo, las acciones del gobierno y las de Gore, encarnadas en su productora, dejan claro que las dinámicas del beneficio se imponen a las de la cultura una vez más. Esa es hoy la otra verdad incómoda que la celebración del acuerdo oculta.
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