Este señor de la foto es el
Cojo Manteca. Todos los que hemos estado en el instituto en la segunda mitad de
los ochenta recordamos su estampa; se hizo famoso reventando farolas con sus
muletas mientras los estudiantes tomaban las calles de las grandes ciudades el
año que yo hice primero de BUP. Como vivía en una ciudad de provincias, la
bronca callejera no llegó muy lejos ni fue muy sostenida, pero las
consecuencias fueron las mismas que en el resto del país: pasé al menos un mes
sin pisar las clases y algunas semanas más entrando y saliendo del instituto en
nombre de la huelga, que nos acompañó de forma discontinua a lo largo de
nuestros cuatro años de secundaria.
Todos asumimos que el temario
de ese año sería más corto. Nadie pidió que se ampliasen las clases en el
verano, nadie se rasgó las vestiduras. Seguimos estudiando y cada uno siguió su
camino: algunos fuimos a la universidad. Unos lograron hacerse un camino como
profesionales y los menos hicimos carrera académica. No parece que el mes de
clase perdido haya tenido grandes consecuencias en nuestras vidas adultas.
Ahora, encerrados en casa por
el coronavirus, los profesores nos vuelven locos a padres y alumnos enviando
tareas sin ser capaces de calcular cuánto tiempo van a ocupar. Los métodos de
envío son cambiantes y confusos y el manejo de la tecnología es torpe. Se
intenta implementar clases a distancia sin asumir que la lógica de la enseñanza
online no es la de la clase presencial: usamos internet para dar las mismas
clases de Fray Luis de León. Y todo este esfuerzo y esta confusión nacen de la
histeria de perder 15 días de clase con su enorme montaña de contenidos.
Puesto que entre el plan de
estudios de secundaria que yo cursé y el que hacen mis hijas median varias
reformas educativas, es más que probable que se hayan sumado muchas líneas de
contenidos a los currículos de cada asignatura. Pero hay otro cambio, más
fundamental: hemos asumido una cultura de la productividad criminal que hace
que sea imposible contemplar que simplemente hay temas que no se abordarán y
contenidos que no se verán. Por eso no pasa nada. Todos podemos sobrevivir sin
estudiar este año los planetas o el ciclo del agua o el objeto directo, porque
esos conceptos volverán a aparecer en otro curso si son relevantes, y si no lo
son se habrán olvidado porque en este modelo de turbo aprendizaje se estudian
cientos de temas que después se abandonan para pasar al siguiente.
Quince días de clases perdidas no van a crear una generación más
ignorante o menos capaz. Tampoco un mes. La ignorancia viene dada de antes por
un sistema que hace que estudiantes de segundo de periodismo sean incapaces de
escribir un mensaje inteligible explicando a su profesor por qué merecen más
nota en el examen. Un sistema que apila los comentarios a paladas como se
apilan las bostas de las vacas, sin reflexionar, sin profundizar, sin analizar
críticamente, simplemente por quitárselos de encima.
Lo que más debe temer
esta generación es este ambiente tóxico en el que cada minuto debe estar
programado, exprimido, aprovechado y racionalmente aprovechado. Esta es su vida
escolar. Y vete preparando, porque como decía Irvine Welsch, si te gustó la
escuela, te encantará el trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario