18 de marzo de 2020

Perder un mes no es perder la vida



Este señor de la foto es el Cojo Manteca. Todos los que hemos estado en el instituto en la segunda mitad de los ochenta recordamos su estampa; se hizo famoso reventando farolas con sus muletas mientras los estudiantes tomaban las calles de las grandes ciudades el año que yo hice primero de BUP. Como vivía en una ciudad de provincias, la bronca callejera no llegó muy lejos ni fue muy sostenida, pero las consecuencias fueron las mismas que en el resto del país: pasé al menos un mes sin pisar las clases y algunas semanas más entrando y saliendo del instituto en nombre de la huelga, que nos acompañó de forma discontinua a lo largo de nuestros cuatro años de secundaria.

Todos asumimos que el temario de ese año sería más corto. Nadie pidió que se ampliasen las clases en el verano, nadie se rasgó las vestiduras. Seguimos estudiando y cada uno siguió su camino: algunos fuimos a la universidad. Unos lograron hacerse un camino como profesionales y los menos hicimos carrera académica. No parece que el mes de clase perdido haya tenido grandes consecuencias en nuestras vidas adultas.

Ahora, encerrados en casa por el coronavirus, los profesores nos vuelven locos a padres y alumnos enviando tareas sin ser capaces de calcular cuánto tiempo van a ocupar. Los métodos de envío son cambiantes y confusos y el manejo de la tecnología es torpe. Se intenta implementar clases a distancia sin asumir que la lógica de la enseñanza online no es la de la clase presencial: usamos internet para dar las mismas clases de Fray Luis de León. Y todo este esfuerzo y esta confusión nacen de la histeria de perder 15 días de clase con su enorme montaña de contenidos. 

Puesto que entre el plan de estudios de secundaria que yo cursé y el que hacen mis hijas median varias reformas educativas, es más que probable que se hayan sumado muchas líneas de contenidos a los currículos de cada asignatura. Pero hay otro cambio, más fundamental: hemos asumido una cultura de la productividad criminal que hace que sea imposible contemplar que simplemente hay temas que no se abordarán y contenidos que no se verán. Por eso no pasa nada. Todos podemos sobrevivir sin estudiar este año los planetas o el ciclo del agua o el objeto directo, porque esos conceptos volverán a aparecer en otro curso si son relevantes, y si no lo son se habrán olvidado porque en este modelo de turbo aprendizaje se estudian cientos de temas que después se abandonan para pasar al siguiente.

Quince días de clases perdidas no van a crear una generación más ignorante o menos capaz. Tampoco un mes. La ignorancia viene dada de antes por un sistema que hace que estudiantes de segundo de periodismo sean incapaces de escribir un mensaje inteligible explicando a su profesor por qué merecen más nota en el examen. Un sistema que apila los comentarios a paladas como se apilan las bostas de las vacas, sin reflexionar, sin profundizar, sin analizar críticamente, simplemente por quitárselos de encima. 

Lo que más debe temer esta generación es este ambiente tóxico en el que cada minuto debe estar programado, exprimido, aprovechado y racionalmente aprovechado. Esta es su vida escolar. Y vete preparando, porque como decía Irvine Welsch, si te gustó la escuela,  te encantará el trabajo.

No hay comentarios: