13 de septiembre de 2007

El espectáculo (bochornoso) de la seguridad

España acaba de machacar a Alemania en el Europeo de baloncesto. Durante la primera mitad del partido se jugó sin los marcadores de 24 segundos, de manera que los jugadores no tenían ni idea de cuanto tiempo les quedaba para lanzar a canasta (alguien gritaba un aviso desde la mesa, pero con un pabellón entero gritando es difícil oir a una persona). Durante un rato, los espectadores estuvimos haciendo gracias sobre la habitual chapucería nacional. Pero no: esta vez el problema no fue a causa de una chapuza, sino de un exceso de profesionalidad.

Resulta que los servicios de seguridad, en busca de amenazas terroristas, se pasaron con la escrupulosidad y en un barrido electrónico frieron el sistema inalámbrico de los relojes de 24 segundos. Se supone que la seguridad es una de las cosas que se ponen en funcionamiento para que el público disfrute más del espectáculo. Pero esta vez parece que tenían envidia y decidieron montar su propio circo para ser protagonistas por un día.

Cada vez más, es así. Se desalojan salas de prensa enteras porque va a venir el Príncipe (pues que vea el partido desde casa y no moleste a los demás, que con lo que ahorra de guardería ya le da para comprar una tele de plasma y el abono del satélite). O se humilla a los viajeros de los aviones, se les quitan objetos que han comprado, se les obliga a andar medio despelotados en medio de la multitud. Al final, todo es por nuestra seguridad. Pero ¿no necesitamos nada más las personas? ¿No tenemos derecho a coger un avión dignamente, a hacer nuestro trabajo sin sobresaltos o a ver un partido sin interferencias? A la larga, los paranoicos de la seguridad solo quieren dos cosas: hacer caja, que todos sabemos que esto es un gran negocio, y chupar cámara. Aunque sea a base de acabar con el espectáculo.

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