17 de septiembre de 2007

Nosotros, los asesinos

Hay veces, demasiadas, en las que la realidad copia a la ficción porque, normalmente, esta se inspira en aquellas. La diferencia es que la ficción sólo plantea cosas que pueden ser y la realidad ofrece cualidades tangibles, tiempos irreversibles, finales sin vuelta, tristes, irrevocables. Recuerdo cuantas veces miré la hora en Babel, de González Iñarritu, mientras los hijos de Brad Pitt están perdidos en el desierto. Y como respiré aliviado, para a continuación acusar de sádico al director, cuando la patrulla de inmigración encuentra a los niños.


No hubo alivio al leer la historia de la madre chechena que cruzó desde su país hacia Polonia con sus cuatro hijas. La policia la encontró extenuada con su hija de dos años en brazos, al borde la muerte. Las otras tres niñas, de 6, 10 y 13 años, quedaron atrás y murieron de agotamiento, hambre y frío. Los diarios muestran una bonita habitación de hospital donde las supervivientes se recuperan a cargo del presupuesto polaco. Después, ese dinero se amortizará expulsando a la madre a su país para que vuelva a intentar cruzar la frontera, probablemente con su hija en brazos de nuevo. No es muy diferente de las historias de pateras en el Estrecho y Canarias, de las aventuras en el desierto texano.

Collins Ross, un amigo politólogo norteamericano, decía que las políticas de inmigración españolas y americanas son férreamente darwinistas: la selección natural hace la primera fase del trabajo de control que luego rematan las policías fronterizas. Los discursos que criminalizan a los inmigrantes, las políticas de expulsión, los controles fronterizos, forman parte de una campaña de exterminio. Sarkozy y su plan de expulsión por contingente, los países europeos y sus políticas migratorias, todos son asesinos. Y lo somos nosotros, los ciudadanos europeos, que permitimos que esto suceda, que nos llevamos las manos a la cabeza porque la frontera tal es un coladero, porque nos gastamos tanto o cuanto en atención a los que llegan medio muertos. Nosotros, todos, somos los asesinos de las niñas chechenas. Nuestra hipocresía, nuestro discurso buenrollista que contradice nuestra práctica criminal, las ha matado.

Los europeos podemos estar orgullosos de nuestra humanidad: primero creamos las condiciones para que la gente se muera, pero, si no lo logran, ofrecemos tratamiento sanitario, comida, un techo, hasta que logramos expulsar al inmigrante. Y la partida empieza de nuevo. Somos tan humanitarios como los directores de los corredores de la muerte, obsesionados con evitar que los condenados se suiciden y falten a su cita con la silla eléctrica.

POST-ESCRIPTUM: los sádicos y los incrédulos podrán ver los resultados de nuestras prácticas criminales –la travesía desde África a Canarias- en una exposición del fotógrafo Juan Medina (en el MIAC de Lanzarote a partir del 15 de octubre)

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