Todos hemos escuchado alguna vez la historia del estanquero que responde al cliente que le pide cambio con la frase: “tengo un acuerdo con el banco de ahí enfrente. Ellos no venden tabaco y yo no cambio monedas”. Me acuerdo de esta historia, en mi condición de científico social, cada vez que escucho a Rouco Varela. Uno de sus días inspirados habló de que la asignatura de Educación para la ciudadanía (que es mala, porque ser ciudadano significa ser ateo, rojo y masón, no como cuando se daba, con la bendición de los prelados Formación del espíritu nacional) porque uno de los conceptos que enseñaba era la existencia de un complejo sexo-género, que predica que una cosa es el sexo como condición biológica y otra bien diferente es como cada uno, con sus condicionantes sociales, culturales y personales, da sentido expresivo a esa realidad. Una idea que cualquier estudiante de ciencias sociales debe manejar al derecho y al revés, pero no, evidentemente, un obispo. Así que, públicamente, en nombre de mi comunidad científica, le pediría a mi paisano Rouco Varela que deje de decir tonterías o que empiece a leer. Como yo no soy teólogo, no pongo en duda la transustanciación o la venida del Espíritu Santo o
Ha afirmado también que “el matrimonio homosexual es una rebelión del hombre contra la biología”. También lo son la penicilina, las intervenciones a corazón abierto, las incubadoras. También mandamientos como "No matarás", "No robarás" o "No desearás a la mujer de tu prójimo". También poner la otra mejilla cuando te golpean en vez de recurrir al ojo por ojo. ¿Son malas entonces todos los actos que se rebelan contra la biología? Uno que creía, probablemente engañado por demasiadas lecturas antropológicas que predican el relativismo cultural, que la cultura es precisamente un mecanismo del hombre para ordenar su entorno natural. Aquello de lo crudo y lo cocido de Levi Strauss, vamos.
“La familia es el único espacio en el que el hombre puede formarse como persona”, es su última perla. Llama la atención que esta defensa de la institución familiar venga precisamente de una persona que ha elegido libremente no formar una familia para mejor servir a su comunidad. Pero, de nuevo, es una mentira. De nuevo los antropólogos vienen en nuestra ayuda como el séptimo de caballería y explican que la propia idea de familia varía enormemente en cada cultura y cada época, que existen sociedades comunitaristas. Los historiadores nos echan una mano recordándonos como los espartanos, unos tipos no exentos de ciertos valores admirados probablemente por Rouco, educaban comunitariamente a los niños.
Hay que agradecerle al cardenal de Villalba que dé de nuevo sentido al desafío de hacer teoría e investigación social. Y que le dote, además, de un aura de peligrosidad y rebeldía que en realidad no tiene, inserta como está en los entramados educativos y culturales contemporáneos. Hacer, o leer, ciencia social a día de hoy parece ser una apuesta radical por la razón frente al dogmatismo de unos cuantos. Laicismo, le llaman ahora. Uno tiene la sensación de estar volviendo siglos atrás, cuando Galileo o Servet fueron condenados, o cuando otros pensadores, como Marx o Nietzche, fueron simplemente demonizados por negarse a usar
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