5 de diciembre de 2008

Desnudos, pero orgullosos, frente a los leones

Ricardo Moreno Castillo, profesor de instituto, dedica un extenso artículo de opinión a los males del sistema educativo. En realidad, ese es solo el título del artículo, porque en realidad es una pieza de ese género tan en boga que trata, en vez de argumentar con razones objetivas, de socializar la frustración personal en busca del consuelo de los iguales.


Vaya por delante que, a pesar de ser profesor de universidad, tengo más que sobrada experiencia en trabajar con chavales de la edad de los que están en los institutos (y en tiempo libre, lo que supone que uno ni siquiera cuenta con el paraguas disciplinario de una institución). En segundo lugar, que podría, con la formación que tengo, estar ahora dando clase en un centro de ese tipo (sí, perdí tiempo y dinero haciendo un CAP que es totalmente vergonzante). Mucha de la gente que estudió conmigo, y no precisamente los que más vocación docente tenían, han encontrado un hueco en los cursos de ESO y bachillerato.


Estoy de acuerdo en que la LOGSE no ha funcionado (los gestores que decidieron hacer una reformar ambiciosa con coste cero alguna vez tendrán que decir algo). También estoy de acuerdo en que hay un proceso de infantilización de los jóvenes. Y coincido en que falla el apoyo de las familias, cuya autoridad moral y capacidad educativa práctica ha sido erosionada por los modelos urbanos, laborales y consumistas que nos toca vivir (ya me sale la vena marxista).


Voluntarismo


Pero me indigna que, cada vez que se habla de los problemas educativos, el colectivo profesoral sea una víctima más y no uno de los responsables. Moreno Castillo afirma que “si los efectos de la reforma no son todavía más desastrosos, es porque los profesores hacemos bastante más de lo que estrictamente nos corresponde”. Como padre de una niña escolarizada en el sistema público, puedo dar fe de que el voluntarismo es el motor más poderosa que hace funcionar las escuelas. Pero da miedo que Moreno Castillo entienda que el deber del profesor es “empezar por el primer tema dando por sabido todo lo que los alumnos tienen que saber”. No es solo que la reforma no haya modificado en nada sus posiciones, es que parece que no le afecta toda la investigación y la teoría crítica producida en los últimos 50 años. En esta línea, un profesor universitario presumía en El Mundo de haber suspendido a 145 de 146 matriculados, pero la culpa no era suya; es que los alumnos le llegaban mal preparados. Ya se sabe que el curriculum y el programa son palabra de Dios: el nivel inicial del grupo, sus condicionantes, no son relevantes. Y un profesor que suspende al 99% de los alumnos no tiene responsabilidad pedagógica alguna.


(continúa en el capítulo 2)

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