3 de marzo de 2009

Estetas y anacoretas


Todos los que estamos metidos en serio en la música, como críticos, oyentes o fans, hemos tenido alguna vez la sensación de que algo nuestro nos era arrebatado por la masa inculta cunado un grupo o artista que nos gustaban, y que eran poco conocidos, se hacían populares. Cuando nuestros grupos pasaban de sonar en Radio 3 a las radiofórmulas, nos invadía el mal humor y la impotencia: sabíamos, porque nosotros éramos más estupendos que los demás, que era el principio del fin de la autenticidad de ese grupo. Queríamos tenerlos sólo para nosotros, anacoretas en medio de territorio hostil y pecador.


Sí, yo estuve durante mucho tiempo entre los anacoretas sonoros. Pero cuando empecé a escribir crítica musical, me di cuenta de que uno de mis razonamientos manidos era preguntarme cómo era posible que un grupo tan bueno no fuese número uno de los 40. Comencé a creer que parte del problema de la música en este país es que el oyente medio tiene una cultura musical ínfima, y predicaba la buena nueva: hay mucha música buena, y accesible, ahí fuera. Salid y escucharla. Hay cientos de grupos –no sé, La Habitación roja, Los Piratas, Cecilia Ann, por no salir del indie patrio- que hacen canciones tarareables, con melodía, con letra que cantar en la ducha. Pero nadie los conoce.

Recuerdo un día en que iba a ver a Beck y Sonic Youth a La Riviera. Debía ser más o menos en 1996, en plena fiebre indie. Pululaba por la facultad para hacer tiempo, porque no tenía ganas de ir a clase. Según me encontraba con la gente y me preguntaban que hacía, les soltaba mi planazo de ir a ver a Sonic Youth, convencido de que era como ir a ver a los Beatles, el gran grupo del momento, del que hablaban todos los críticos y todos los músicos. Pero nadie los conocía. Ellos se lo estaban perdiendo. Yo estaba dispuesto a predicar la buena nueva, a compartir mi conocimiento. Ya entonces me había convertido en un esteta: lo importante no es que la música sea mía, sino que sea buena. Comencé a gozar de los buenos grupos del mainstream sin sentirme culpable. Pensé que si las Supremes y los Beatles habían sido números uno indiscutibles, era obvio que la calidad musical no tenía nada que ver con habitar en el inframundo de los desconocidos.

Viene esta reflexión a cuento del artículo que Fernán del Val titula La policía del indie, reflexionando sobre el éxito de Vetusta Morla en los devaluados, por sospechosos, Premios de la Música. Ser un grupo indie con repercusión se paga. Para los anacoretas, lo importante es estar solos, no estar rodeados de buena música; esa es la ambición de los estetas. Así, sus gustos cambian en función de la popularidad de su conocimiento: cuando este deja de ser arcano, cuando deja de ser “mi secreto”, que diría Gollum, llega el momento de buscarse otro desierto.

Sorprende en cuantas listas no aparecen ni Deluxe ni Amaral como mejores discos de año. Son dos ejemplos de música de calidad que no renuncia a llegar al gran público: buenas composiciones, letras trabajadas, arreglos estupendos, producciones frescas y no estereotipadas. Suenan bien, pero quizás el problema, para los anacoretas, es que se escuchan sin esfuerzo.

Bueno, ellos se lo pierden. Yo me siento en el coche y, cuando quiero convencerme de que la crisis es sólo un efecto de sentido, me pongo Reconstrucción. O Kamikaze. Discos que han alimentado positivamente mi ánimo a lo largo de todo este año. Y un rato después, trabajando en el despacho, recupero el Loveless de My Bloody Valentine y me dejo llevar por la marea sonora. Disfruto, como Walt Witman, de lo mejor de todas las partes.

1 comentario:

Fer dijo...

Gracias por la cita Héctor ;)

Yo también me hago esteta!