15 de junio de 2012

Diario de Colorado: Alcoholizarse

Fort Collins es una ciudad de gran tradición cervecera. Cada día el diario local, el Coloradoan, parece tener una sección fija sobre breweries (cervecerías) Unas veces son noticias económicas, otras son eventos locales, fiestas, patrocinios, donaciones.... La cerveza está en todos los lados y está muy rica. Bendita sea.

Sin embargo, Estados Unidos es terriblemente moralista en su relación con el alcohol. Como ya he contado, eres mayor de edad a los 18, conduces con 16 pero no puedes beber hasta los 21. El alcohol está prohibido en el campus, sea en los bares y cafeterías, sea en los colegios mayores o en las fiestas. Pero no desesperes: las facultades están rodeadas de bares que sí venden alcohol. Uno se pregunta a qué viene esa mojigatería. Hace una semana entré con mi hija a comprar vino  a una licorería y fui reprendido por la cajera porque mi hija llevaba la botella en la mano: los menores ni siquiera pueden tocar el alcohol.

Si hay un acto social en el campus, olvídate de tomarte una cerveza. Limonada o agua, como en la barbacoa del pasado viernes. Y si a costa de la universidad invitas a cenar a un invitado (un conferenciante, por ejemplo), tienes que pedir una cuenta separada para la comida y otra para el alcohol: el vino, que en Europa consideramos una forma de relación sofisticada, digamos que un elemento que no puede faltar en una relación cordial, corre a cargo de los comensales. La universidad no paga alcohol, sea el que sea.

Esta demonización del alcohol tiene su correlato político, como cuenta Timothy Egan en el New York Times. Mitt Romney, el candidato republicano, presume de no haber bebido más que una cerveza en su vida. George Bush se tomó más de la cuenta hasta que cayó del caballo y renació. Lo primero que hizo Carter al llegar a la Casa Blanca fue deshacerse de las botellas. No son, precisamente, ejemplos de grandes presidencias. En contraste, Franklin D. Roosevelt gustaba del martini. Los cuatro presidentes inmortalizados en el Monte Rushmore tuvieron relación con el alcohol: Washington tenía su propia destilería, que fue uno de sus negocios más boyantes. Jefferson pasó media vida intentando sin éxito producir vino que imitase a sus amados caldos franceses. Teddy Roosevelt no era gran bebedor, tampoco Lincoln, pero este  tenía una licencia para vender alcohol. "El problema del  alcohol no viene de que sea una mala cosa -dijo- sino que es algo bueno  del que abusa la gente mala". 

En el fondo, la guerra contra el alcohol de los moralistas es una guerra contra su propia naturaleza, que entienden compartida por toda la humanidad: el hombre es malo, incapaz de contener sus apetitos. Hagamos leyes que nos protejan de nosotros mismos.





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