En una reciente reunión de una
comisión de expertos en cultura, todos progresistas, la mayoría rondando los 60
años, se escuchó repetidamente el mismo lamento: la cultura está mal. Y no se referían
simplemente a sus malas condiciones materiales (subida del IVA, escasa
facturación) sino, sobre todo, a que “no está pasando nada en el mundo de la
creación”. Pocos días después, Pablo Gil publicaba un artículo en El Mundo en
el que analizaba la efervescencia de los grupos de música underground en Madrid:
muchas bandas, nuevas discográficas, público creciente… pero escasa atención
mediática e institucional. Cuando en la referida reunión algunos planteamos la
existencia de este underground y la necesidad de hacerle hueco en nuestros
informes, el muy maduro director nos dejó claro que “nosotros nos estamos para
hablar de estas cosas”.
En resumen, existe una cultura
dinámica, independiente, ligada a los barrios, impulsada por gente entusiasta
que ha dejado de lado los lamentos para ponerse a trabajar, pero demasiada
gente no lo sabe y otra no quiere saberlo. En las jornadas Conectando escenas, organizadas por el departamento de Musicología
de la Complutense el 5 de marzo, discutimos este problema entre el sociólogo Fernán del Val, el gestor cultural Rubén Caravaca y yo mismo. Empezamos analizando qué
pasa en la música de Madrid y terminamos diseñando un programa político que
revierta la situación. ¡En solo una hora! La buena noticia es que nuestro programa
no inventa nada: ya está en marcha de la mano de las iniciativas municipalistas
que en menos de tres meses aspiran a cambiar la situación de arriba abajo.
Ya lo denunció Víctor Lenore en
su agitador panfleto Indies, hípsters ygafapastas (Capitán Swing, 2014) los medios de comunicación ignoran la
realidad de la cultura porque es demasiado real, porque no se ajusta a su
visión programática de lo que el mundo debería ser. Camela o Juan Magán pueden
llenar pabellones y vender miles de discos, pero no interesa mostrar esa
realidad. La cultura no es eso, la cultura son los libros que reseñan los
suplementos culturales, los autores entrevistados, los eventos de resonancia
mediática. Producción cultural generada en un viejo paradigma, generado en un
marco social masculino y vertical (que casualidad, no había mujeres en la
comisión de estudios). Las iniciativas surgidas en un marco novedoso,
impregnado de valores femeninos como la colaboración y la horizontalidad, se
perciben como un desafío a las viejas jerarquías. Los medios se esfuerzan en
negar la emergencia de toda fuerza que discuta su hegemonía.
¿Qué esperar de las instituciones?
Bien poco en una ciudad como Madrid que
lanzó a bombo y platillo un Plan de Cultura que se iba a discutir de formaabierta y del que nunca más se supo. Una ciudad traumatizada por la connivencia
entre las malas prácticas de gestión y la actividad criminal que tuvo como
consecuencia las dolorosas muertes de inocentes en el Madrid Arena. Una ciudad
en la que la cultura sirve sólo para atraer turistas pero no para vertebrar
barrios. Una ciudad, en suma, en la que las innumerables equipaciones
culturales están infrautilizadas o entregadas a los intereses de empresas
privadas, en la que las programaciones se hacen sin tener en cuenta las
necesidades, deseos y aspiraciones de la ciudadanía y en la que se ignora el
conocimiento y capacidad de cientos de organizaciones que podrían estar
vertebrando actividades culturales de proximidad. Si las instituciones ignoran a la cultura, la
cultura ha ignorado a las instituciones, ha sorteado las restricciones legales
y ha desafiado los límites para crea nuevos espacios y actividades. Madrid se
mueve aunque sus instituciones estén fosilizadas.
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